domingo, 28 de noviembre de 2010

DON ANDRÉS RODRÍGUEZ RAMÍREZ,

MÁS QUE UN MUY MERITORIO ESCULTOR DE ESTATUAS, UN CIUDADANO EJEMPLAR
  Máximo A. Rangel

Felicito la iniciativa y me uno a quienes, en mi pueblo natal,San Sebastián de Los Reyes,  han decidido recordar a Don Andrés este 30 de noviembre 2010, en los 140 años de su nacimiento. Vinculado como estuve a él, gracias a la amistad y el compadrazgo fiel que mantuvieron él y mi padre, he de recordarlo siempre como  hombre probo, humilde, sabio, generoso y ciudadano ejemplar.

Nunca le escuché una queja, y mucho menos expresarse mal de alguien. Ni siquiera cuando me contaba cómo en un congreso católico mariano en Coro,  la gente salió en estampida, él cayó al suelo y muchos, literalmente y sin exageración, le pasaron por encima. Si a lo religioso nos atenemos —y él fue un testigo de la fe ejercida en el silencioso servicio a los demás— tendría yo que añadir aquí que la estampa de sus últimos años me recordaba a esos venerables patriarcas bíblicos, no tanto por su luenga barba blanca, sino por la actitud pausada, pero firme; por la manera de expresar  sus convicciones sin la odiosa imposición de ideas, propia de seres espiritualmente minusválidos, y ,como si fuera poco, por su entereza para afrontar penurias sin que faltara el pan para los suyos y sin negarle nunca su brazo a quien lo necesitase.. ¡Todo lo contrario: fortaleza interna era lo que se podía percibir en este hombre excepcional, ajeno al boato y a cualquier rasgo de vanidad, que hubiese empañado su laborioso andar por este mundo! ¡Con qué serenidad, sin rastros de amargura, me refirió, por ejemplo, un día contando con sus dedos las siete notas musicales —“do… re… mi… fa… sol..la...si…”— que en los dos pentagramas de su hogar (viudo él y casado luego en segundas nupcias), le faltaban dos notas en cada uno, ambas precisamente con el mismo nombre, refiriéndose a los dos hijos que ahora le acompañan en la eternidad. Lo menciono aquí, porque la manera como Don Andrés me hizo el comentario, fue para mí una inolvidable muestra de esa sabiduría, que sólo hombres de su estatura moral pueden exhibir en los no pocas veces aciagos y hasta engañosos andares de este mundo.  ¿No nos resulta extraño, hoy en día, encontrarnos con seres como él, acérrimo enemigo del boato y la lisonja, quien acostumbraba  exhibir sus esculturas en la ventana que daba hacia la calle, y esconderse detrás de ella, para escuchar la crítica sincera de los transeúntes?


Qué lección de vida! Digna es, por cierto,  de ser divulgada entre las nuevas generaciones,  más allá de sus innegables méritos como escultor y dueño de múltiples oficios ejercidos con la dignidad del trabajo honrado, pero que podrían quedarse en el plano del anecdotario popular, si no vamos a la esencia trascendente, al ejemplo existencial de este gran señor. El solo recuerdo de su paso de esforzado y desprendido sembrador en esta tierra es voz de alerta ante  tanto facilismo vanal que nos engulle, y ante la polarización excluyente en que se debate nuestra comunidad sansebastianera, reflejo del país actual en que vivimos.

Mucho más podría decir acerca de Don Andrés, Rodríguez Ramírez, paradigma de virtudes, pero nunca serían suficientes las palabras. Razón tuvo otro sansebastianero excepcional, hoy fallecido, su ahijado  Pedro Layatorres, cuando le celebramos , en vida, los cien años, y concluyó su discurso de orden con estas emocionadas palabras que nunca se me olvidan. "Es que mi padrino Andrés es un río de agua bendita"...

No hay duda de que Don Andrés vive hoy eternamente en el sitio que Dios le tiene reservado al hombre justo. ¡Que el agua de su río riegue los surcos para la hoy más que nunca necesaria siembra de valores!